Las almas que parten con anuncios previos están completamente en paz

Las almas que parten con anuncios previos están completamente en paz


Las almas, salvo algunas excepciones, siempre suelen estar en paz cuando parten. Sin embargo, cuando su partida ha sido precedida de anuncios previos para sus deudos y amigos más allegados, es rasgo inequívoco y exacto de que su alma ha dejado el mundo en completa paz y aceptación, y se ha dirigido directamente hacia el mundo de la luz, no antes de su hora, no después de su hora, sino en el momento preciso.

Previo a nacer en la Tierra cada alma ha ultimado todos los detalles de su nueva vida, no sólo con los guías, sino también con aquellas almas que ejercerán una influencia importante en el curso de su vida. Esos detalles contemplan, inclusive, el momento de la partida, el momento hasta el cual un alma acompañará a otra. Y aunque hay algunos casos en los que no se ha contemplado una fecha de partida, también es verdad que es optativo del alma hacer esa elección en el camino.

Y bien que desde antes de nacer esa alma supiera el momento exacto en la que su cuerpo fallecería, o bien que lo hubiera decidido en el camino, o inclusive en los últimos años o meses de su existencia en la Tierra, a efectos prácticos el resultado es el mismo: su partida se hace en paz y en el momento preciso.

En cualquiera de estos casos el alma ya sabe que se va a marchar, y cuando se está aproximando el momento, por lo general con anticipación de unos meses, aunque pudiera ser también de algunas pocas semanas, hace uso de la energía que hay en el entorno para provocar algún tipo de aviso para sus familiares más cercanos, para sus amigos más queridos, para las personas que le sobreviven y que ejercieron una influencia importante en su vida.

Esos avisos pueden ser de la más variada índole, a veces una manifestación en sueños, a veces con efectos físicos, con olores, etc. El alma lo hace como una forma de despedirse y de que las personas tengan un cierto tiempo para ir asimilando su partida, para ir dejando los asuntos pendientes saneados, para ir asimilando el duelo, pero también para compartir los últimos momentos maravillosos en su compañía, ¡para decir lo importante que ha sido! ¡Para vivir! ¡Para besarse! ¡Para abrazarse! ¡Para planear el último paseo juntos! ¡Para invitarle su plato favorito! Para hacerle la última broma, para hacer que cuente el último chiste… en fin, ¡para vivir! ¡Para celebrar la vida!

Pero en todo ello hay algo más importante: las almas que parten con anuncios previos están completamente en paz; eso es inequívoco, matemático. Su misión ha sido cumplida, el plan de vida que había trazado esa alma ha sido realizado en forma íntegra, o lo más íntegra posible, y entonces se dispone a partir. No hay ningún tipo de accidente, no hay ningún tipo de error cuando la partida sucede en esa forma; sencillamente sucede en el momento exacto en que el alma y el cielo lo había dispuesto, no antes, no después. Entonces es perfecto, y para los que le sobreviven esto debería ser un motivo de un enorme consuelo.

Y no importa la forma en que suceda la muerte del cuerpo, puede ser dulce o impactante. Pero sea como fuere la forma —si bien para este tipo de casos suele ser dulce—, eso el alma también ya lo sabía, así lo había planeado o, cuando menos, así lo había aceptado. Y ¿quién es uno para cuestionar una decisión tan íntima del alma? Porque inclusive si fue impactante, es también un tipo de aprendizaje que el alma quería hacer. No fue que sucedió un accidente que no estuviera ya contemplado, no fue que sucedió algo que pudo ser evitado, puesto que el alma ya lo había aceptado con el amor y la comprensión que sólo le es dable a un alma; aunque normalmente su cuerpo no lo sabe… aspecto que también es su elección, y que en este tipo de casos obedece especialmente a partidas súbitas.

En todo caso, la forma de partir que haya elegido el alma es cuestión suya, lo más relevante en todo ello es la señal inequívoca de que ha partido en paz y que se ha dirigido al mundo de la luz, llena de amor y de dicha, llena de felicidad por el deber cumplido, y con la certeza de no haber dejado pendientes, o de haberlos dejado sólo en forma mínima; con la certeza de que los que le sobreviven podrán continuar sin ella; eventualmente con algún tipo de pena, pero que de alguna forma hallarán consuelo y lograrán sanar.

Irse de esa forma es una de las más bellas formas de abandonar la forma física, y aun cuando somos humanos y como humanos nos es dable sentir su ausencia, y pasar por lapsos de aflicción; la verdad es que comprender que ha partido en el momento justo y con dicha, nos debería reconfortar el corazón y, por qué no, hacernos sentir también dichosos y felices por su dicha, o cuando menos, hacernos sentir en paz, hacernos estar más tranquilos, y vivir cada día como a esa persona le hubiera gustado, es decir, con dicha y con esperanza pues, al fin de cuentas, la muerte no existe, sólo somos compañeros de alma que nos acompañamos por un instante, y que luego nos volveremos a encontrar. Y eso también es algo exacto y matemático, todos los estudios especializados en el espacio de vida entre vidas así lo avalan; no existe la muerte, ¡sólo existe la vida!

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