La eutanasia y el contrato de vida

La eutanasia y el contrato de vida


No hay expansión de conciencia sin amor, y no hay amor sin expansión de conciencia.

Hemos venido a la existencia a aprender a amar y a expandir nuestra conciencia, y si no lo hacemos, es como si ya hubiéramos acabado con nuestra vida. Por tanto, la eutanasia no es la única forma de acabar con nuestra existencia.

Al venir a la existencia pactamos determinados aprendizajes, y pactamos el inicio y el fin de tal actividad (como si fuera un contrato de trabajo o una matrícula en la escuela), y cada quien es libre de elegir si los realiza o no. Se llama libre albedrío, y es una característica inherente de la divinidad. Ejercer nuestro libre albedrío es ejercer nuestra más soberana divinidad.

Supongamos que suscribimos un contrato por un periodo determinado, y también pactamos la realización de determinadas actividades. En tal caso, renunciar es una forma de incumplir el contrato, pero si no realizamos las actividades a las que nos comprometimos también es una forma de incumplir el contrato. Si no realizamos las actividades a las que nos comprometimos, a efectos prácticos, tiene igual paralelismo a que si se hubiera renunciado, y la razón es sencilla: en ambos casos no se cumple el propósito. En el caso de la renuncia, porque se ha renunciado y ya no se está ahí para cumplirlo. Y en el segundo caso porque, estando presente, no se realizan las actividades a las que me comprometí.

Con estas disertaciones será más fácil comprender que hemos venido a la existencia a aprender a amar y a expandir nuestra conciencia, y si no lo hacemos, es como si ya hubiéramos acabado con nuestra vida.

Esto nos sirve para no emitir juicio contra nadie porque, ¿quién eres tú para juzgar al que renunció a la vida respecto de ti? ¿Estás seguro(a) que estás cumpliendo fielmente tu propósito de vida? Y si lo estás haciendo, entonces no juzgarías. Cada quien percibe la vida de una forma diferente, debemos aprender a ponernos más en los zapatos del otro, ser más empáticos.

Consecuencias es algo diferente, pues, si una persona atraviesa por determinada situación es porque así lo había pactado y aceptado en su contrato de vida, en su contrato de alma. Y las almas pactan muchas cosas, excepto poner fin a su contrato de vida; eso sería tanto como firmar un contrato desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, pero pactar terminarlo el 1 de noviembre, no se puede. Entonces no se haría hasta el 31 de diciembre, sino hasta el 1 de noviembre, con unas experiencias más intensas.

Sin embargo, podemos ejercer nuestro libre albedrío y renunciar. En cuyo caso lo que habrá quedado es una experiencia inconclusa. Pero es una experiencia por la cual necesita atravesar nuestra alma para su expansión de conciencia. Esto es semejante al niño que está cursando tercer grado, pero hacia final de año ya siente que no puede más, y renuncia. El hecho que renuncie no significa que no pueda volver a matricularse de nuevo para tercero y, con ello, terminar de aprender lo quedó haciendo falta. Por supuesto, habrá retrasado su aprendizaje con respecto de sus compañeros, pero más allá de ello, nada que no pueda ser subsanable.

El alma tarde que temprano comprenderá que no puede estancarse, y sentirá la necesidad de experimentar los aprendizajes que necesita. Esto no quiere decir que se deba aprender mediante el dolor, o que todo tipo de aprendizaje deba hacerse mediante el dolor porque, en última instancia, todo esto la llevará a la comprensión de que el mejor aprendizaje que se hace es mediante el amor, que el otro esencialmente soy yo, que el otro es una parte de mí, que somos parte de una misma esencia.

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