— ¿Qué es un milagro? Preguntó el maestro.
— Es un hecho que desafía las leyes de la naturaleza, respondió el discípulo.
— ¿Qué sucederá si suelto este vaso? Preguntó el maestro.
— La ley de la gravedad hará que inevitablemente caiga al piso y se rompa, respondió el discípulo.
El maestro, sin mediar más palabras, de inmediato soltó el vaso; sin embargo, el discípulo, en un acto reflejo, con su mano alcanzó a atraparlo en el aire. El maestro lo miró absorto, conmovido por lo que había hecho el discípulo.
— ¿Te has dado cuenta de lo que acabas de hacer? ¡Acabas de hacer un milagro!
— Pero solo he atrapado el vaso, afirmó el discípulo.
— Estoy seguro que has hecho milagros más grandes que ese. ¿Cuál piensas que es el milagro más grande del mundo? Preguntó el maestro.
— Resucitar muertos, respondió el discípulo.
— En el transcurso de la vida seguramente te has encontrado con muchas personas que estaban muertas en vida, pero las resucitaste con una palabra, con una sonrisa. Los milagros se hacen todos los días, pero no se escriben en el diario.

Este es un relato adaptado del libro El milagro más grande del mundo, de Og Mandino, y claramente ejemplifica lo que es un milagro. Es una intervención, sí, lo es. Esa intervención puede ser divina, es verdad, pero también puede ser humana, la hacemos nosotros cada día; es una intervención que hace que algo tenga un comportamiento diferente al esperado. Por ejemplo, en el caso de una sanación, no es que una enfermedad esté diseñada para no sanar, todo lo contrario, está diseñada para sanar; sin embargo, le llamamos milagro a una intervención que hace que suceda en una forma más rápida o diferente a como usualmente pensaríamos que debería suceder, y puede ser divina, es verdad, pero los milagros más bellos los hacemos nosotros cada día, una palabra, una sonrisa, indudablemente pueden sanar… esos son los más bellos. Los milagros se hacen todos los días, pero no se escriben en el diario.