La felicidad es sencilla, de hecho gratuita. Y es que no se trata de cuánto dinero tienes, sino de cómo puedes ser feliz. Quizás puedes ser feliz caminando por el parque, oliendo una flor, regalándole un dulce a un niño, dando un abrazo, ¡respirando! ¡Observando! ¡Caminando! Las mejores cosas, las más invaluables, las pueden hacer todas las personas, pero no lo saben.
Cuando un niño juega, antes de que el juego se convierta en competencia, está feliz. Su felicidad está en el juego mismo, sin competencia, sin premio ni castigo, sin victoria ni derrota. La felicidad, a su manera, es infantil. ¡Uno puede ser feliz solo respirando! Una respiración sin competencia, sin premio ni castigo, sin victoria ni derrota. Y la felicidad estará en la respiración misma.
La felicidad no es un asunto de dinero o de posesión. Hay personas que tienen dinero para comprar un barco o una isla, y puede que sean felices como puede que no, porque la felicidad no es posesión, no es material, no es exterior, sino la dicha que te proporciona la dicha misma.
A veces uno piensa que la felicidad consiste en grandes cosas, en tener posesiones, viajes, títulos, reconocimientos, y cuando uno logra descubrir que hasta en el hecho mismo de respirar puede estar la felicidad, solo se acierta a soltar la carcajada, pues ¡cómo es posible que con algo tan sencillo se pueda ser feliz! Y cuando se suelta la carcajada es porque se comprendió todo en ese instante.
Hay personas que dicen, yo sería feliz si tuviera una casa, u otra casa, si pudiera comprar tal carro, si tuviera tal cantidad de dinero, si pudiera tener a tal o cual persona, si pudiera viajar a determinado lugar; y pueden llegar a tener eso que querían, y cuando lo tienen descubren que eso que pensaba que les daría felicidad, no se las ha dado, o ahora quieren algo más. No encuentran satisfacción, pareciera más bien un deseo, pues el deseo no se satisface nunca, siempre quiere algo más.
Hay personas que tienen todo el dinero el mundo, pero son profundamente infelices y se sumen con frecuencia en profundos estados de depresión. La razón es sencilla: La felicidad no es un asunto de posesión, sino de experimentación. Esas personas se sumen en esos estados depresivos porque saben que teniendo todo el dinero que una persona pudiera querer, le es inútil para lo más esencial, para ser feliz, para amar o para ser amado, para reír, para estar con los seres queridos, para vivir tranquilo y hasta anónimo.
Se puede tener todo el dinero del mundo y aun así no poder salvar a un ser querido con una enfermedad de gravedad, o no poder salvar a alguien de determinada situación, o no poder ser amado por la persona que quisiéramos, o no poder cambiar determinada situación.
La gratitud es también muy importante. Una persona agradecida suele ser feliz. Has un listado de las cosas buenas que tienes, o que has vivido. Puedes tener el carro de tus sueños, eso no te hará feliz porque la felicidad no es posesión, sino experimentación, pero quizás si te ayude a vivir agradecido.
Inclusive las grandes pérdidas nos proveen de aprendizaje, razón por la cual también podríamos estar agradecidos. Pareciera algo contradictorio, pero no lo es, y solo se puede apreciar cuando la situación ya se ha superado y se puede ver todo como un regalo de la vida.
Los seres que han alcanzado un estado ulterior de conciencia, no solo son felices con el mero hecho de respirar, sino que van un paso más allá: ¡son felices con ser! Así, la felicidad se vuelve inacabable, eterna o casi eterna, hasta que ese mismo ser se expanda y se disuelva; aunque inclusive se puede ser feliz en la disolución y en el no ser.
