El origen del mal

El origen del mal


El mal no existe como una entidad incrustada en el origen mismo de Todo. Si ello fuera así, equivaldría a pensar que el «diablo» es una entidad a igual altura de las «conciencias primigenias» que dieron origen a todo lo existente, es decir, un a entidad a la altura de la deidad creadora, de la divinidad última.

Sin embargo, algo como eso no existe y, tal como he expuesto en mi libro El origen de Todo, el origen del mal es una consecuencia inherente de varios aspectos, a saber:

  • El libre albedrío
  • La ley de accidentes
  • El instinto de supervivencia
  • El velo de las almas
  • Las unidades biológicas sin alma
  • Las diferencias filosóficas en el modo de administrar la creación

Pero entonces, si el mal no existe como una entidad incrustada en el origen mismo de Todo, ¿significa esto que ni el diablo ni el infierno existe? La respuesta corta es NO. El infierno, con sus llamas eternas, no existe; pero no te confíes, todo tiene sus matices. El infierno no existe, pero existe el mundo subterráneo, el Sheol, el Hades. Y sus habitantes lo son, no por condenación, sino por afinidad vibratoria y por elección. En una época donde abundaba la maldad y escaseaba el entendimiento era más sencillo y conveniente decir que era eterno.

Existe la región astral inferior en la cual, por afinidad vibratoria y por elección, permanecen algunas conciencias y desde donde buscan subvertir algunas cosas del mundo físico, acorde a su afinidad vibratoria. Pero esa región, que es propia de la Tierra, no existía antes de que existiera la Tierra, mucho menos antes de que existiera el Sistema Solar, mucho menos antes de que existiera la Galaxia, mucho menos antes de que existiera el Universo.

El origen del mal es una consecuencia inherente de varios aspectos, entre ellas el libre albedrío que tienen las conciencias. ¿Esto significa que tener libertad de acción es malo? En absoluto, esa libertad es solo réplica inherente e ineludible de la libertad de la Nada y del propio fenómeno cosmogónico en su manifestación. Sin embargo, las «conciencias primigenias», en su libertad, deciden experimentar todas las posibilidades de expresión. Y dentro de esa experimentación se toman las más diversas decisiones, no solo en la antimateria, sino también en la materia misma. Y algunas decisiones obtienen resultados no esperados, que producen dolor, que subvierten las cosas. Este es uno de los orígenes de la calamidad.

Pero no se trata solo del libre albedrío, pues, como se expone más ampliamente en El origen de Todo, son una serie de aspectos; pero en absoluto se trata de que el mal exista como una entidad eterna. Si ello fuera así, entonces no habría esperanza, no habría posibilidad de alguna paz en el futuro, sino que solo existiría la lucha de opuestos era tras era, eternidad tras eternidad.

La dualidad sucede entre aspectos que están en el mismo nivel. Existen estados de mucha felicidad y existen estados de mucho dolor, pero esto no significa que si en la copa de los árboles los pájaros cantan felices, en las raíces de ese sollocen pájaros en dolor e infelicidad.

Esencialmente existe tu libre albedrío, tú harás con ello una canción o un gemido, tú darás consuelo o sembrarás angustia, y al dejar el cuerpo físico, solo irás a donde quieras, no por condenación, sino por afinidad vibratoria y elección.

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