En este camino debemos aprender a protestar menos y a aceptar más las cosas que trae la vida.
Pero me explico mejor y, en esta ocasión, algo realmente inusual en mí, lo voy a hacer con ejemplos, con hechos que hubieron de sucederme en algún momento.
Una vez hice un negocio con la ley, y cumplí… pero lo que pedí no me fue concedido.
Pero resulta que cumplí a medias, no cumplí el contrato en forma exacta, como lo había planteado inicialmente, sino que de mi cuenta cambié algunas condiciones -puse tiempo, de mi cuenta alargué el tiempo- entonces resulta que el contrato se reversa…
Nada que hacer… protesté por algún tiempo.
Debía reconocer que el error había sido mío. No quedaba de otra que sufrir.
En otra ocasión pedí que me mostraran con qué mujer podía trabajar. Y me mostraron, y cuando fui vi que estaba casada. Y sufrí, y protesté. Y resulta que a esa misma mujer la dejé abandonada tiempo atrás, cometí adulterio y murió esperándome… esperándome quizás unos 20 años. Ella no tenía que esperarme todas las eternidades, entonces lo más normal es que ahora que volvía ella ya no me esperara. No tenía que esperarme para siempre… 20 años ya habían sido suficiente, morir esperándome -junto con el dolor que eso causa- ya era suficiente. La ley no mintió al decirme que con esa mujer podía trabajar… de hecho con ella puedo trabajar, pero no ahora, y posiblemente ya no en esta existencia.
La ley realmente no es injusta, la justicia divina no puede hacer injusticia.
Protestar menos y comprender que la culpa es nuestra, saber que en algo hemos fallado, por más que pensemos que no es así, es necesario.
Muchas veces pensamos que la culpa no ha sido nuestra, que quizás nuestro Pardre o la Ley son los tiranos, que la vida nos ha pagado mal, nos creemos santos de chocolate, cuando en realidad los únicos culpables de nuestros infortunios somos nosotros mismos. Protestar menos, trabajar´ más es necesario, trabajar en nosotros mismos, muriendo intensamente de instante en instante, de momento en momento.